Las fechas comerciales son excusas que se pueden aprovechar para recordar lo que está ahí y la rutina camufla entre tantas capas. El día del padre es el argumento que usamos para dar un recorrido por algunos de los libros Tragaluz en los que la figura del padre desempeña un papel fundamental. En este repaso encontramos papás ejemplares y amorosos, otros ausentes y hasta extraterrestres. La literatura no hace más que darnos una muestra de lo que podemos encontrar detrás de cada puerta, en el corazón oculto de cada familia, tema ineludible de todo aquel que se anime a escribir.
El padre de la novela de Dulce Maria Cardoso es el personaje que alarga el suspenso desde el primer capítulo hasta el final del libro. Como metáfora, es el pilar que se fractura a causa del desplazamiento que sufre la familia de Rui, el protagonista y narrador, y junto a ellos miles de familias portuguesas que en 1975 tuvieron que abandonar Angola por la amenazas de una guerra civil que se dirigía contra los colonos blancos. En el momento en que para los personajes del libro la huida parece concretarse, la familia se separa con violencia. El abandono de la casa y el paisaje, del perro compañía y del primer amor, implica un rompimiento que va a lo profundo y se refleja en el ansia martirizante de la reintegración y el reencuentro.
En cuanto al padre, clasifica como una figura benevolente aunque iracunda, que se lanza en ristre contra los enemigos de su familia. De la caída hacia las profundidades de esa lucha, emergerá irredento, casi vencido, pero dispuesto a embestir por última vez para salvar la dignidad de los suyos, de un pueblo humillado tanto por la obligación de huir como por el encuentro con aquellos a los que suponían iguales pero que solo ven en ellos a los “retornados”.
La importancia de la presencia del padre es equiparable a la importancia de su ausencia. En este libro, Pedro viaja con su mamá a conocer el mar. Desde el avión es evidente que algo no anda bien: su papá no está con ellos. De pregunta en pregunta, Pedro llega a la verdad. Este hallazgo lo impulsa a una huida, a correr lejos de lo conocido y finalmente a perderse. En ese momento empieza una aventura con tintes épicos junto a un viejo marinero (otra figura paterna) que le enseña el valor de una vida más simple: a tomar los frutos de los árboles, a pescar el almuerzo, a desafiar los beneficios de bañarse todos los días. En otras palabras, a vivir sin miedo.
En medio de la más completa oscuridad, Halldora, la protagonista de este libro, encuentra luz en la mirada de su padre, que lee y escribe versos. Su sensibilidad con la palabra lo diferencia del resto de los habitantes de la pequeña aldea perdida entre los termales y acantilados de Islandia. Tan pequeño es su pueblo, que solo hay una persona de cada tipo: un loco, un religioso, una mujer que toca el piano y un lector, el padre de Halldora. En su particularidad y aislamiento, parecen ser los primeros hombres del mundo, y de cierta manera lo son porque habitan una tierra prácticamente virgen. Han oído hablar de lo que está afuera, pero pocos tienen interés en salir a buscarlo.
Halldora sí. Y tal vez la única conexión con la tierra que cada vez se le aparece más hostil, es su padre. Él representa el hogar, la infancia, el amor, lo familiar, el calor, la sensatez. Su comunión se da sobre todo en los libros, en palabras de otros que resumen bien lo que ellos no son capaces de decir.
Los abuelos son figuras fundantes, seres enormes a los ojos de los niños. En este libro, el abuelo es el impulso y el motor. Protagoniza el ritual de desmontar el reloj de péndulo de una de las paredes de la casa, insertar la llave y darle vueltas hasta que tiene cuerda suficiente para funcionar durante muchos días. La fuerza está en él, el misterio está en la llave. ¿Qué pasaría donde desapareciera alguno de los dos? Este libro plantea el desafío de esa pregunta. ¿Qué pasa cuando nos enfrentamos a la ausencia? ¿Cuando el dolor paraliza? ¿Es verdad que el tiempo sigue corriendo?
24 señales para descubrir a un alien
Hay papás que no recuerdan haber sido niños. Ese olvido es suficiente para crear un abismo entre ellos y sus hijos. Tal es el caso de Benjamín, un niño que está convencido de que la dureza del trato de su papá está relacionada no con un olvido sino con un episodio paranormal. Su papá es conductor de bus, y una noche -cuenta él- vio aparecer en la carretera un platillo volador. Benjamín cree que en ese avistamiento su papá fue poseído por un alien que lo manipula, y por eso no se ríe, no juega con él, lo regaña y trata mal a su mamá.
Cada capítulo del libro es un ítem en una lista de chequeo que Benjamín propone para reunir la evidencia suficiente de que su papá no actúa por voluntad propia. Es su deseo que haya otro mundo posible, que las cosas regresen a la normalidad. Su investigación avanza página a página con unos hallazgos que no tienen que ver con la fantasía sino con un drama profundamente humano.
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