Ser mujer y exponerse a la mirada ajena nos remite a contextos que están marcados por el acecho y, frecuentemente, por la hostilidad. Ser mujer que se moviliza desde su casa hacia el campo o la ciudad, —como es el caso de Diana—, es un encuentro con la mirada del otro. Esa mirada que nos pide algo, que se siente con el derecho de tomarnos en ofrenda… Estas palabras, estos poemas, nos interpelan sin distinción de género o de orientación sexual. No podemos desprendernos de nuestra responsabilidad como seres políticos ni quedarnos indiferentes frente a un clamor que, en esta ocasión, nos llega por la vía de la poesía y del arte.
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