Libros para qué

 

Que nadie tiene tanto tiempo para leer, que la tecnología nos ofrece posibilidades narrativas más poderosas que el texto, que es un objeto antiguo nulo en interactividad. Justificar por qué hacemos libros no es una respuesta que llegue de inmediato. Libros para qué. Hace unas semanas la filósofa Marta Nussbaum visitó Medellín y nos dio su respuesta. El tema del que habló al recibir el doctorado honoris causa que le concedió la Universidad de Antioquia no fue específicamente los libros, pero sí sobre un pariente cercano: la educación, para ser más exactos, la educación que se necesita para que puedan existir las sociedades democráticas.

Por fortuna, la literatura ocupaba un puesto de honor en su discurso. Nussbaum analizó por qué las humanidades son importantes para la ciudadanía del siglo XXI. Para resumir, las artes, incluso la ciencia en su aspecto teórico, contrarrestan los comportamientos aberrantes que de cierta manera son la salida fácil al desafío de la convivencia humana. Se refiere Nussbaum a nuestra tendencia a ser sumisos ante la autoridad, a despreciar al otro a causa de su diferencia y a la incapacidad de conectarnos y comprender las motivaciones de los demás. El remedio a estas enfermedades sería entrenarnos en una actitud crítica, en un aprendizaje de la historia que nos solidarice con la suerte de los marginados, y por último, abrazar la gran virtud de la imaginación narrativa.

Ahí está el punto. Nussbaum dice que las artes en general nos entrenan en la poderosa capacidad de imaginarnos siendo otros: “Aprender a ver a otro ser humano no como una cosa sino como una persona completa no es un logro automático: debe ser promovido por una educación que refine la capacidad de pensar acerca de lo que puede ser la vida interna de otro y también para entender por qué no es posible captar plenamente ese mundo interior, por qué una persona es siempre hasta cierto punto un enigma para el otro”.

La esperanza que depositamos en los libros va más allá del aprendizaje inmediato de una lección útil. Se trata de un lento esculpir de la sensibilidad que genera lo que la filósofa llama “intimidad mental con el otro”, y que se antepone a los prejuicios, la segregación y la violencia. Leer nos permite vivir estados emocionales esquivos a nuestra experiencia cotidiana y perfilar nuestra empatía y nuestra imaginación. De esta misma fuente proviene la muy mentada innovación, promovida ahora como una de las capacidades más deseables y valoradas por la economía. Ante quienes ven la educación como una inversión, habría que aclarar que la capacidad de inventar, de solucionar y de crear no existiría sin el desdoblamiento, producto del juego planteado por la ficción.

Por estas razones nos preocupan noticias como las que circularon a mediados del año pasado sobre el recorte presupuestal al Ministerio de Cultura. Se dijo en algún momento que sería del 14,2% y luego no supimos más cifras. Como sector editorial, hemos empezado a notar la disminución de los recursos destinados a programas que tienen relación con la participación de Colombia en las ferias del libro a nivel internacional. También hubo otra noticia en ese mismo sentido: Colciencias, la institución que promueve y financia a los investigadores del país, le iba a dar la espalda a las humanidades y las ciencias sociales para enfocar los recursos en áreas de desarrollo que ofrecen soluciones prácticas para la competitividad del país.

En este escenario, los libros se vuelven una marca de resistencia. Seguir creyendo en ellos, sin importar el formato en el que estén, significa apostarle al vehículo más integral y democrático que se ha inventado la sociedad occidental para trasmitir el conocimiento logrado por generaciones dedicadas a explorar el universo y el lenguaje. Se trata de seguir creyendo en el valor de compartir y poner a disposición de todos las herramientas para tener una vida, sino mejor, sí más rica en posibilidades. Las problemáticas paralelas a la producción de los libros son desafíos a esa capacidad creativa de la que hablamos, pero hasta el momento no hemos descubierto nada que reemplace la conquista del libro sobre el tiempo y su potencia infinita de traer al presente las voces del pasado para renovar nuestro compromiso con una sociedad más humana.

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