La valiosa correspondencia ajena

Cuando uno quiere a un autor, pocos documentos le resultan más preciosos que su correspondencia. A veces las cartas son el revés de su obra, la arquitectura íntima sobre la cual se levanta la escritura. Leer la correspondencia de un artista es asistir a la fuente de su creación, es presenciar su ser en acto. El carácter privado de las cartas permite que las palabras se desnuden, y uno termina conociendo a la persona, a ese que fue amigo, amante, hermano, ciudadano, colega, artista… 
En ocasiones la correspondencia ajena se lee con pudor, otras veces con voracidad, con miedo, con ternura, con compasión, muchas veces con deseos de responder y participar en la conversación. Porque el género epistolar es un escenario donde se habla, donde se tejen lentamente las palabras de uno con otro; el placer de escribir y leer cartas puede residir en eso: en poder conversar al margen del tiempo, escuchar al otro y responderle al ritmo que escoja el alma. 
Hay escritores que construyeron gran parte de su obra en el género epistolar. Quizás el ejemplo emblemático sea Rilke, pero no es arriesgado pensar que la mayoría de los grandes autores han dejado la huella de su voz en sus cartas. 
Para conocer más sobre ese tipo de correspondencia, tan importante en la literatura, queremos preguntarle a nuestros lectores cuáles son las cartas que más han disfrutado leer, la correspondencia que más quieren. La pregunta está abierta en Twitter y ya han empezado a llegar las respuestas. Compartimos con ustedes algunas de ellas, y los invitamos a participar.


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