La máquina del tiempo de Marina Lamus

Texto de presentación de Sandro Romero Rey sobre el libro Teatro siglo XIX. Compañías nacionales y viajeras de Marina Lamus Obregón durante la pasada Feria internacional del libro de Bogotá.
 

Un poco en broma, un poco como provocación, a principios de los ochenta, en los talleres permanentes de la Corporación Colombiana de Teatro, Santiago García decía que antes del llamado “Nuevo” Teatro, nacido en la década del cincuenta del ya lejano siglo pasado, no había nada. En Colombia, al parecer, el teatro había nacido con las vanguardias artísticas del siglo XX. Sin embargo, en aquel tiempo, una jovencita llevalacontraria tomaba nota y se llenaba de curiosidad. La jovencita llamábase, llámase, Marina Lamus y, desde aquellos días, ahora remotos, decidió averiguar qué había antes de nuestros primeros padres teatrales. Pero, ¿por dónde empezar? Quienes estudiamos el teatro colombiano en la década del setenta, leíamos con devoción un volumen compilado por Carlos José Reyes, publicado por Colcultura, que se llamaba Materiales para una historia del teatro en Colombia. Allí se daban algunas pistas, pero dichas pistas eran fragmentadas, esquivas, poco complacientes para el rigor y la necesidad de “saberlo todo” que tenía Marina Lamus.

Ella venía del mundo de la literatura. Del rigor académico donde la palabra se convierte en regla y la poesía en antología. Pero el mundo de la escena, con el empuje y el entusiasmo sobrenatural de Santiago García, la sedujo para siempre. Y se dejó llevar. La imagino, en primera instancia, tratando de convencer a los celosos guardianes de los templos de nuestros archivos, demostrándoles con su terquedad temible, que su asunto era un urgente juego de vida o muerte. “El teatro no existe”, les decía, “sino en las representaciones. ¡Se imaginan! Nuestra memoria histórica está desapareciendo a pasos agigantados. Y si no intentamos rescatarla de los viejos baúles empolvados que nuestros padres nos prohibieron abrir, comedias y melodramas, óperas y zarzuelas, sainetes y tragedias, se convertirán muy pronto en escombros fatales”. Y claro. Logró instalarse. La imagino, a su vez, encerrada meses y meses, aprovechando hasta sus últimas consecuencias la famosísima “hora nalga” que Marina tanto reivindica. Allí sentada, supongamos, en el Archivo General de la Nación, con sus guantes de mimo antiguo, pasando y pasando páginas durante, días, meses, años, puf, décadas, fueron naciendo sus libros irrepetibles.

Pero, una vez acumulado el material, organizadas las fichas, decantado el producto y armados los libros, ¿qué hacer con toda esa información? ¿Cómo convertirla en libros que le sirvieran a todo el mundo? Yo invito a los visitantes a la Feria del Libro de Bogotá, para no ir más lejos, a que cuenten cuántos títulos sobre teatro se encuentran en nuestras estanterías. Es triste, pero cuando escarbamos y tratamos de encontrar nuevas tendencias o nuevas aventuras que nos sirvan para nuestros viajes escénicos, descubrimos con asombro que el best-seller más reciente sigue siendo William Shakespeare y la vanguardia más arriesgada Federico García Lorca. Así que un texto de reflexión histórica sobre la escena colombiana o latinoamericana en el siglo XIX se convertiría en una misión mucho más que imposible. Marina, sin embargo, no ha publicado un libro sino nueve, haciendo mal las cuentas. Desde su título Teatro en Colombia: 1831-1886, práctica teatral y sociedad, que vio la luz en 1998, el fruto de su curiosidad no se ha detenido: Bibliografía del teatro colombiano, siglo XIX: Índice analítico de publicaciones periódicas, Estudios sobre la historia del teatro en Colombia. Estado actual de la investigación, Bibliografía anotada del teatro colombiano, Índice analítico de publicaciones periódicas. Siglo XIX (Tomo II), Teatro colombiano. Reflexiones teóricas para la historia (Separata de la revista Ateatros). Y como al que no quiere caldo se le dan dos tazas, Marina Lamus nos ha sorprendido, no con uno, sino con dos imprescindibles mamotretos en el año que nos abarca: el primero, Geografías del teatro de América Latina, publicado por el nuevo sello Luna Libros y ahora, Tragaluz Editores nos regala esta enorme joya titulada Teatro Siglo XIX: Compañías nacionales y viajeras, dentro de la serie denominada Calas históricas.

Debo confesar que, cuando tuve el libro en mis manos, entendí a la perfección de qué se trataba el fantasma del fetichismo. El volumen, con sus 535 páginas, es una pieza de colección, para enamorarse sin reparos de él, con su cintilla púrpura para separar las páginas, las delicadas ilustraciones de Pilar Benavides, la corrección con lupa de relojero de Lina Castaño y la responsabilidad intachable de Pilar Gutiérrez, y Juan Carlos Restrepo, encargados de materializar los fantasmas de Marina Lamus. Pero, una vez superada la ceremonia de acariciar el volumen, su carátula y su lomo, pasamos al interior y allí comienza, una vez más, el desconcierto y el entusiasmo. Porque el libro no se puede soltar, como si fuese una gran novela de detectives. Sí. El libro de Marina Lamus sobre las compañías teatrales en Colombia en el siglo XIX se lee como si estuviéramos ante las aventuras de un investigador cuyas señas se esconden delicadamente en el material investigado.

Porque uno se sumerge en sus líneas y comienza a entrar en el abismo de su curiosidad, sin perderse, con el trabajo sucio ya adelantado, dividiéndonos pacientemente el viaje entre dramaturgos y montajes, entre compañías extranjeras y compañías nacionales y explicándonos, como telón de boca, que el teatro en el siglo XIX existía, porque las gentes de aquellos tiempos estaban a la búsqueda de la felicidad. Sí. El teatro era la felicidad. O al menos su espectro. El teatro y el entretenimiento, la representación y su goce, las bellas artes y el divertimento, todos a una, se mezclaban en un solo paquete. En nuestros días, vivimos preocupados e inmersos en un debate en el que no sabemos si es pecado divertirse mientras pensamos. En el siglo XIX, al parecer, en lo que se refiere al teatro, éste se necesitaba porque era imperioso sentirse en una sociedad culta pero, al mismo tiempo, las gentes, avasalladas por las guerras, necesitaban de la diversión. Y la diversión implicaba la degustación de toda la ornamentación de un espectáculo, desde la valoración erótica de la dama hasta la descripción de la llegada a un pueblo de las compañías, de aquellos fitzcarraldos utópicos que se dedicaron a construir los templos de la felicidad en un paisaje cultural que apenas se estaba inventando.

Desde 1985, Marina Lamus ha estado dedicada a este asunto. Si revisamos el contenido de su libro, entendemos inmediatamente como sistematizó y canalizó su curiosidad: allí están las “herencias antipáticas a la Madre Patria” y las “tensiones con la civilizada Europa”, está “el teatro como parte de la beneficencia” y su reflexión sobre la felicidad, está el “llanto: diapasón de la ternura” y las “desilusiones e incomprensiones”. Acto seguido, Marina reflexiona sobre el universo de la representación, sobre el paso de “la vela” a “la electricidad”, en fin, de la música, de la danza, de las pantomimas, del público, de los artistas, del repertorio y de las traducciones de la época. ¿Y allí termina? No. Allí apenas comienza. Nos vamos después hacia el desglose pormenorizado de las Compañías Nacionales y de las Compañías Extranjeras que poblaron nuestros escenarios. Cientos y cientos de nombres, cuidadosamente clasificados y de fácil ubicación. Luego, continúa su viaje a través del teatro musical, de la ópera, de la revista, de la tonadilla, de la opereta y, cómo no, de la zarzuela. Por último, las listas y los cuadros. Esas listas que tanto nos gusta hacer a los que tenemos el corazón del coleccionista y el alma del curioso.

En fin. El libro Teatro Siglo XIX: Compañías Nacionales y Viajeras de Marina Lamus es un triunfo. Es un triunfo de Tragaluz Editores, posicionándose como uno de los sellos que no sólo divulga textos importantes sino que también produce objetos de arte. Es un triunfo de Marina Lamus, que demostró con terquedad que el mundo existió antes de que se inventara el mundo. Y es un triunfo para nosotros, sus lectores, que podemos, a partir de ahora, imaginarnos un pasado de cirios y lentejuelas, a través de las páginas obstinadas de una investigadora que no tiene miedo a coquetear con la poesía.

Sandro Romero Rey

Teatro Matacandelas con Oswaldo y Zenaida (o los apartes) de Jean Tardieu

 

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