Jaime Jaramillo revela su correspondencia con Geraldino Brasil

Presentamos la nueva publicación de Tragaluz editores.
Las cartas de la amistad

Era evidente que las cartas del amigo venían desde un puerto lejano. Traían en la voz la serenidad del oleaje marino, la musicalidad alegre de otra lengua, el aliento triste de cruzarse con tantos seres que desembarcaban para despedirse, el hondo retumbar del viento en la selva próxima, la calidez de las palabras que alumbraron la amistad.

En su apartamento de Bogotá, o durante sus estadías en Cali y Medellín, Jaime Jaramillo recibía las cartas que el poeta Geraldino le enviaba desde Recife, Brasil. Resultaba natural que su amistad, fruto de la poesía, se alimentara de la palabra. Al principio las cartas eran tímidas y concisas, pero pronto se fueron cargando de confianza, cariño y gratitud, y se convirtieron en una extensión de su espíritu de poetas. La correspondencia que mantuvieron desde finales de los setenta es el registro de la conversación de dos almas afines, el escenario en que ambos compartieron al otro las intimidades del silencio y la soledad.
Quince años después de la muerte de Geraldino Brasil (1926-1996), Jaime decidió hacer una selección del intercambio epistolar que sostuvieron y escogió casi cincuenta cartas: 22 suyas, 25 que el amigo le escribió a él. La publicación de esa correspondencia, compuesta con una prosa que tiene la belleza y la verdad de la poesía, inaugura una nueva colección en Tragaluz editores.
Cartas con Geraldino Brasil, el primer volumen de la Colección Cartero, contiene la espontaneidad y variedad características del género epistolar. En sus páginas hay anécdotas, confesiones, preguntas, descripciones de paisajes y sensaciones, lamentos, meditaciones, consejos al amigo, voces que se acompañan y conocen en el tiempo de la distancia.
Por ejemplo, en una de las cartas, Geraldino le explica a Jaime cuál es su ética como escritor:

Las personas y las cosas, sus bellezas y sus tristezas, no las contemplo de lejos, pensando sólo en transformarlas para después observar desde fuera el poema como si fuese un objeto de arte. No; yo intento ir a los espacios interiores de las alegrías y tristezas, intento ser ellas mismas, intento que las personas, conmigo, sonrían, lloren y vuelvan a soñar dentro del poema. Lo que intento alcanzar, cuando escribo, es que el lector se olvide del arte y se sienta conmigo en el poema, y sin acordarse del poeta me sienta como su amigo y compañero.

En otra, Jaime, luego de recibir de su amigo una postal de Recife, le responde evocando su infancia en Antioquia:

Bella ciudad, tu Recife. Ciudad navegable y en el puerto las inmensas bodegas de café y madera. En tierras de mi padre venía de pronto una mañana, sobre los cafetos, la marea de los azahares. El vaho de los potros y de los becerros era inseparable de aquella mañana. Y no hay sobrevivientes.

Cada carta tiene su encanto. Las hay lúcidas, cuando reflexionan sobre sus países o sobre su vocación por la poesía; las hay emotivas, cuando hablan de los lugares que visitan, las lecturas que se sugieren, o los amigos que querrían presentarse; hay otras extrañas, como esa en que Jaime le cuenta a Geraldino la historia de la poeta peruana que nació en una mina y confundió con un hombre el primer árbol que vio en su vida, a los catorce años; hay cartas que son poemas en prosa; otras que parecen relatos cortos; están las más íntimas, las que describen sus familias y su infancia, y las dolorosas, esas que traen con voz desgarrada las noticias de la muerte.
Además de eso, hay algo que hace especial a este libro: es testimonio y ejemplo de esa experiencia escasa y privilegiada que se llama amistad.
En la amistad, las almas se enlazan y confunden una con otra por modo tan íntimo, que se borra y no hay medio de reconocer la trama que las une, dice Montaigne en un ensayo. La correspondencia entre estos dos poetas se ajusta a esa definición. Cuando uno le escribe cartas a un amigo, también se está escribiendo a sí mismo. Uno se conoce en lo que escribe, se siente seguro por la atención que recibirá del otro, y luego se lo envía como diciendo: “soy estas palabras que lees, aunque no lo sepas me acompañaste en su búsqueda, por eso te las ofrezco, en este momento tienes un pedazo de mí”.
Con la publicación de estas cartas, Jaime Jaramillo ofrece a los lectores la amistad de un hombre bueno. La voz de Geraldino es suave como luz temprana; su mirada es generosa, delicada, respetuosa; es compasivo, tiende a acercarse a los solitarios, a los que padecen algún dolor; su única postura radical es con la vida, y rechaza aquello que la restringe y amenaza. Por eso es poeta. Es su manera de comunicarse con otros. En una de las cartas más bellas, fechada el 7 de diciembre de 1981, en la que le confiesa a Jaramillo una de las tristezas que más lo agobian, Brasil también le agradece por traducir al español su poesía y de esa manera acercarlo a otras personas: Se dice que la poesía es intraducible, pero en cuanto ella constituye “el patrimonio común de todos los hombres”, deberá traspasar las fronteras con la ayuda de hombres de buena voluntad que puedan, sepan y quieran entregarla con amor de mano en mano.
Jaime Jaramillo considera a Geraldino Brasil como uno de los poetas americanos más importantes. Hace casi treinta años, por amor a la poesía, tradujo al español los versos de su amigo; ahora vuelve a aportarle al “patrimonio de todos los hombres” con este libro en que comparte la nobleza de su voz. El lector que reciba esta correspondencia tendrá la fortuna de conocer dos amigos.
Mediavuelta
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