Ganadores Concurso Primera Página – Juan F. Castaño

Un jurado compuesto por los escritores Jorge Franco, Carlos Vásquez Tamayo, y la traductora Nadia Benabid, seleccionó las cinco propuestas ganadoras del Concurso Primera Página. Según el jurado, la calidad de las participaciones fue muy alta, y eso no hizo fácil escoger únicamente cinco de ellas. 


Ayer, en nuestro stand de la Feria del Libro de Bogotá, anunciamos los ganadores, y hoy es un gusto para nosotros empezar a compartir sus escritos con ustedes. 


Aprovechamos este momento para agradecerles a todos los concursantes por haber aceptado el reto de escribir la primera página de un libro que no existe, y los invitamos a seguir atentos a su evolución. El premio será una publicación en nuestra editorial, y en ella incluiremos, además de las ganadoras, otras de las participaciones.
En esta entrada damos a conocer la primera página que escribió Juan Francisco Castaño para “Las cartas que Bartleby leyó”, el libro que ahora, gracias a ustedes, empieza a existir. En el transcurso de esta semana daremos a conocer las otras cuatro propuestas elegidas por el jurado. ¡Felicitaciones a los ganadores! Esperamos sus comentarios.


Primera Página – Juan Francisco Castaño (Medellín, Colombia)

No se había acostumbrado al tamaño de los sobres y a su olor indefinible. Cada mes durante dos años llegaron puntuales. Luego se espaciaron y finalmente desaparecieron. Su sello postal de procedencia era Wexford, pequeño pueblo al sur de Irlanda, que Bartleby encontró en un mapa de la Biblioteca del Congreso, a donde iba a hojear libros, en los atardeceres, después del trabajo. 
Entre los millares de cartas que se amontonaban en los anaqueles de la “Dead Letter Office” estas le habían producido, desde un principio, una mezcla de curiosidad y espanto. Tal vez una razón era que al colocarlas encima de aquellas otras en situación semejante, siempre sobresalían y quedaban visibles como en una fila de soldados mal hecha. Su matasellos, normalmente incluía un faro y un haz de luz grisáceo, el cual señalaba, sin razón, algún punto lejano y perdido. Su olor se parecía al del lacre preparado con trementina pero no se veían vestigios de haber sido lacradas. Últimamente habían aparecido otras razones. 
Las había visto ir y volver, después de atravesar el océano en uno y otro sentido y pasar nuevamente a formar parte de las “Pendientes” hasta que se cumplieran los intentos de Ley de hacerlas llegar a su destinatario o regresarlas a quien las había escrito. Cada vez llegaban de Irlanda con el sello de “Procedencia desconocida” y del pequeño estado vecino de Maryland a donde iban dirigidas con el “No existe el Destinatario”. 
Bartleby trabajaba allí desde hacía 4 años y su tarea consistía en llenar el formato del Servicio Postal con la información de rigor. Anotar la fecha de cada intento de hacer llegar las cartas a su destino y esperar a que se cumplieran los tiempos reglamentarios para finalmente, al no tener éxito, pasarlas a las estanterías de las “Cartas Muertas”. Bajo severas penas la Ley Federal prohibía que cualquier carta se abriera o se leyera antes de esto. 
En los últimos meses, Bartleby había cambiado su costumbre de dar pequeñas caminatas en las tardes por la de sentarse en las bancas del parque H y meditar en las causas que le producían ese desasosiego que día a día sentía aumentar. Las cartas de Irlanda y la luz de su faro empezaron a formar parte de ese malestar que convivía con él.
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