Ganadores Concurso Primera Página – Andrea Riviere

La encontré tirada en el piso, como una novia abandonada y suplicante que debía ser escuchada. Me agaché a recogerla y vi que detrás de ésta se encontraba un manojo suelto y una cinta púrpura. Las esparcí sobre la mesa, dispuesto a diseccionarlas. Las miré en su olvido, eran lo bastante viejas para hacer con ellas lo que se me antojara. Mías todas, era una mañana de invierno brillante, perfecta. Las letras del sobre blanco nítidas y decididas. La dirección y los nombres, iguales (seguramente madre e hija) estaban escritos en una caligrafía elegante, una caligrafía que mostraba dominio en el manejo de los signos, una naturalidad educada que correspondía a escuelas femeninas para jóvenes acaudaladas. 

Ordenadas en filas se veían hermosas y exhalaban un perfume delicado, estaban felices de revelarme sus secretos. Esperaba esquelas igual de limpias a los sobres cargadas de historias de una linda muchacha en París o en Roma, amoríos platónicos, cenas encendidas por el vino, esperaba algún pañuelo de seda, un dije o alguna cadenita de recuerdo. Saqué la navaja. Abrí la primera y la leí, después la segunda y la tercera, y así hasta la última. No podía contener el pánico. Veinticuatro cartas frías, uniformes. Quise doblarlas en orden, pero los nervios no me lo permitieron. Comencé a enrollarlas y a alzar los sobres con rapidez. Nadie había visto nada, estaba completamente solo. El chico que trabajaba en la dependencia me había dicho que necesitaba ausentarse toda la mañana. No cabían en ninguna parte. Revolqué los cajones en busca de una bolsa, no sabía que hacer con ellas, pronto vendría el supervisor, las puse sobre el archivo, luego adentro, corrí al baño, vomité. Alcé la vista. En el gancho estaban mi maletín y mi chaqueta esperando salvarme…

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