Fugas de tinta 2

Nuevo libro, una coedición del Ministerio de Cultura con Tragaluz editores. Historias escritas desde las cárceles de Colombia, textos que resultan de la labor que hace Renata, Red Nacional de talleres de Escritura Creativa. Aquí, uno de los textos.

Como es ser hija de puta

Autor: JCM.
Carcel: Peñas Blancas, Calarcá.
Director de taller: Juan Felipe Gómez.

No conozco a mi papá, se murió, lo mataron. Lo mataron en un asalto, pero no sé bien, nunca me interesó saber nada de él. Mi mamá dice que lo conoció antes de prostituirse, y que lo mataron en un robo, pero poco me importa, como dije, nunca lo conocí. A mi mamá sí la conozco bien. Sé que es prostituta desde que tengo uso de razón y la amo como a nadie en el mundo.
Tengo pocos recuerdos de infancia. Sé que fuimos muchos hermanos. Mamá siempre fue de muy buen corazón: cuando veía a alguien mal (un niño indigente, drogadicto o maltratado), se lo llevaba para la casa y le daba la misma sopa que nos daba a sus cuatro hijos biológicos (todos de padres distintos). Nunca diferenciaba entre ellos y nosotros. Ella iba, trabajaba y trabajaba, salía a las seis de la mañana y llegaba a las diez de la noche. La veíamos muy poco, pero mi abuela, que es testigo de Jehová y que siempre le pidió que dejara la prostitución, nos cuidaba. Hija es hija y mi abuela es la mejor mamá del mundo. Mi mamá no se quedó atrás, siempre fue una mujer responsable, nunca nos dejó aguantar hambre. Nos dio educación y nunca nos llevó a la calle a pedir plata. Jamás bebió o fumó delante de nosotros, tampoco llevó a ningún hombre a la casa. Simplemente iba, trabajaba y respondía.
Al principio vivimos en Medellín, en una comuna muy violenta. Eran tiempos en los que salías y veías cómo mataban al vecino. En ese entonces mamá nos decía: “adiós, me voy a trabajar”. Nosotros le preguntábamos: “¿a dónde se va?”. Y nos respondía: “pues a putearme, porque ¿qué más?”. Mis hermanos lloraban mucho, pero yo era muy niña y no entendía lo que eso significaba.
Fui creciendo, viendo que mi mamá hacía “eso”, y no le vi nada de malo después. Habría sido distinto si me hubiera enterado más tarde, habría sido capaz de dejarla, de irme y no volver a verla.
“Hay mujeres ministras, senadoras, amas de casa; yo soy prostituta y no me avergüenzo”, decía Silvia, mi madre. Es una opción de vida en un mundo y en un país donde no hay oportunidades. Yo respeto el oficio, pero nunca he aceptado que mi madre esté metida en eso. Es algo con lo que creces, un dolor que siempre está ahí como una espina en tu corazón. Vas creciendo y empiezas a decir: “algún día yo la saco, algún día yo la saco. Yo voy a trabajar por ella y le voy a decir, ¡no más!”. Y eso hice. La convencí de que me dejara trabajar como casera en un puteadero de un amigo suyo. Ella me decía siempre: “si usted se mete de prostituta, allá usted, es su vida, pero si llego a verla en una esquina, la mato. Que yo lo haga no quiere decir que usted también, porque yo a usted la he criado y le he dado educación”.
Logré convencerla de que no me iba a putear y me dijo: “usted ya sabe como es la vida de una prostituta, usted verá”. El hecho fue que mi sueldo no alcanzó para sostenernos. Perdí el trabajo, ella volvió a lo mismo, pero yo maduré mucho.
Un día caminé con ellas. Las oyes hablar de sexo, las ves echar perico, meter marihuana. Entonces ya no dices: “huy, esa es prostituta; huy, esa mete perico”. Las empiezas a mirar como amigas, como parceras.
Silvia es increíble. Puede ser prostituta, pero la ves saludar a un senador, se presenta, le pide mercados para las demás prostitutas, que en su mayoría son cabezas de hogar y le ofrece conseguir votos. Les reparte a todas algo, así sea una panela.
Está escribiendo un libro en el que no se justifica, pues no siente nada de arrepentimiento. Sólo cuenta todo lo que ha tenido que pasar para salir adelante con sus hijos y hasta le da gracias a todos los señores que se acuestan con ella, a pesar de su edad y de no tener mayores atributos sexuales. Dice que por la plata que ellos le dieron se superó, consiguió techo, comida y educación para sacar a su familia adelante.
En el colegio tuve amigos que supieron que ella era prostituta. No decían nada, eran muy respetuosos. Lo mismo ocurrió con mi novio cuando la vio por primera vez en la calle. Al principio le impresionó, pero luego entendió y le perdió el misterio.
¿Qué si alguna vez me han dicho que soy una hijueputa? Sí, a todo el mundo lo han tratado de hijueputa en la vida. Yo les respondo: “sí, y a mucho honor”.
Mediavuelta
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