Conferencia Ana Garralón 2022

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Vivir juntos, el ecosistema del libro y la lectura

Por: Ana Garralón, Medellín, junio 2022

Quisiera dar las gracias a Pilar y al equipo de Casa Tragaluz por esta invitación. También, lo confieso, estoy muy impresionada con esta biblioteca, con la historia que encierra y cómo la transformación del espacio ha respetado la esencia del lugar. Espero que luego me cuenten los chismes de apariciones y voces que se cuentan de este lugar.

Ahora sí, voy a mi charla.

Hace algunos años, al finalizar una conferencia en un congreso, alguien me preguntó por mi biografía lectora. Quería saber cómo había sido mi infancia.

La pregunta me dejó de piedra. No sólo porque no tenía nada que ver con la conferencia sino porque no recordaba nada. Contesté como pude a la pregunta, haciendo un pequeño esfuerzo para rememorar algunos de los momentos que estaban en mi memoria.

Cuando regresé a mi casa llamé a mi mamá. Le pregunté: -Oye, ¿teníamos libros en casa cuando éramos pequeños?

-Nooo, me dijo

– ¿Y me leías antes de dormir?

– ¿Yo? Nunca…

Mis sospechas se confirmaron. Pero entonces ¿cómo es que soy hoy en día una gran lectora y he dedicado mi trabajo a temas que tienen que ver con la lectura y los libros?

Había sido una mala estudiante. En el colegio para niñas de monjas donde cursé la educación básica prácticamente me habían expulsado diciendo que no valía para estudiar. No aprobé el último año. Le dijeron a mi mamá que me pusiera a hacer las tareas en casa, algo a lo que ella se negó. Repetí un curso en una academia especializada en “salvar” la educación básica. Por primera vez estaba en un mundo mixto -tengo que decir que yo viví en una época postfranquista pues cuando yo tenía 10 años murió Franco- y ahí había un profesor, Antonio, que resultó ser maravilloso. Nos ponía canciones de cantautores, nos leía a García Lorca y a Antonio Machado en clase. Creo que gracias a él empecé a encontrar sentido a la lectura.

Fui al instituto. Ahí también aparecieron profesores maravillosos. La de francés, delgada y elegante, siempre con trajes chaqueta y falda, que cruzaba las piernas de una manera que se me antojaba increíble, metiendo el empeine en el tobillo de la pierna contraria. No tenía un nombre muy francés, María Teresa, pero era estupenda. Luego estaba el profesor de filosofía, un señor bajito cuyo nombre he olvidado, pero no las largas discusiones que montaba en clase, o incluso cuando nos llevaba al cine para ver El proceso de Franz Kafka. También recuerdo, cómo no olvidar ese momento, a la profesora de literatura que nos había hecho leer una novela del currículum titulada Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos cuyo verdadero significado nos fue desvelado por esa profesora en una clase que me resultó completamente iluminadora. Los libros contenían cosas ocultas. Era algo en lo que nunca había pensado.

En esa época, como todas las adolescentes, estaba en conflicto con todo. Con la familia, con la sociedad, conmigo misa. La verdad es que sí había libros en mi casa, pero yo tardé en encontrarlos. Mi papá era lector aficionado -como lo fue con la pintura, la bicicleta, el baile- y, escondidos detrás de una puerta en un pequeño mueble cubreradiadores, había una colección de novelas populares. Muy populares. Cuando la descubrí yo debía tener trece o catorce años. Estaba en ese momento de pelea con todo.

Empecé a leerlas, solamente por poder encerrarme en mi cuarto. Leía dramones del tipo Que el cielo la juzgue y, cuando terminé con ese mueble, busqué una biblioteca. Había una cerca de mi casa a la que se accedía después de bajar unas escaleras a una especie de sótano. En unos muebles había unas fichas donde poder buscar por apellido. Anotabas la referencia en un papelito y se la dabas al bibliotecario, que estaba detrás de un mostrador con todos los libros guardados.

Enseguida comencé a hacerme mi propia biblioteca de libros que compraba en el kiosko -como la maravillosa colección dirigida por Borges sobre sus novelas favoritas-, o iba a puestos de libros de segunda mano donde pronto pude hacerme con una variada selección. Creo que de esta época me viene mi gusto por los libros de segunda mano. Compraba también revistas de literatura, periódicos con suplementos de letras y revistas del momento.

Luego fui a la universidad. Estudié magisterio. Y ahí ocurrió un maravilloso clic. En segundo de carrera había una asignatura opcional llamada “Literatura infantil”. La tomé por lo de literatura y ahí encontré mi vocación. En esos años, en España, las editoriales estaban en una carrera para recuperar el tiempo perdido durante el franquismo. Como no había suficientes escritores e ilustradores, los catálogos eran enormes y con los mejores libros traducidos de todo el mundo. Fue mi mejor escuela.

Pido disculpas por este inicio tan personal, pero quería ahorrarme la pregunta de mi biografía lectora. No, en serio. Quería mostrar cómo unos cuantos docentes, unas bibliotecas y el catálogo de las editoriales hicieron todo lo que soy hoy en día. Y estamos aquí justamente para hablar sobre esta entente de profesionales que trabajan, entre otras cosas, con el libro.

Si digo la palabra libro ¿en qué piensan?

Los que estamos aquí debemos a los libros casi todo lo que somos y lo que hemos sido. Los libros no son sólo una suma de sueños, recuerdos e invenciones, nos permiten trascender nuestras vidas. Hay quien lee como escapatoria del mundo real hacia uno imaginario pero también hay lectores que buscan formarse, encontrar información, conectar de otra manera con su mundo. Los libros nos hacen descubrir y encontrar cosas que no buscamos. El escritor de libros infantiles Maurice Sendak dijo: “Un libro es mucho más que su lectura”[ 1 ]

Cada libro, además de contar una historia o dar información, tiene una historia propia: quien lo escribió, quien lo publicó, los lectores que lo leyeron, los promotores que lo exploraron previamente para compartirlo. Incluso el objeto físico tiene una historia particular: la encuadernación, el diseño, el papel. Los libros no son sólo objetos: son historias. Se parecen al ser humano.

Nos han dicho muchas veces que el libro iba a desaparecer pero ¿cómo va a ocurrir esto con un objeto tan perfecto? Es como si nos dijeran que van a desaparecer las cucharas o las tijeras. Los libros vivirán más que nosotros porque son un artefacto maravilloso. Roberto Calasso, en su libro Cómo ordenar una biblioteca, dice:

Todos los discursos sobre una eventual sustitución del libro por otros medios ignoran un hecho elemental: nuestro repertorio de gestos es limitado. Los objetos son intentos más o menos felices de adaptarse a las características inevitables de esos gestos. Para quien quiera acostarse sobre algo menos duro que el suelo una cama le será de ayuda. Aunque esta pueda variar mucho en su forma, como los libros y las cucharas.

El libro se ha convertido en un objeto capacitado para satisfacer necesidades múltiples, variopintas y hasta contradictorias. Hay quienes lo usan para decorar, o para escalar socialmente, o para pasar el rato, o para conocer algo, o para regalar a la persona amada. Nos encontramos en una feria rodeados de estos objetos, cada uno esperando encontrar sus lectores.

A pesar de la amenaza de lo digital, el libro infantil, la narrativa y el libro universitario han sido las áreas de mayor crecimiento en los últimos años. Son referencias culturales, de ocio y de aprendizaje. Y, alrededor de ellos, estamos nosotros. La llamada cadena del libro. Cuando Pilar me invitó a esta charla me hablaba de cadenas, de eslabones, pero yo prefiero -con permiso- hablar de un ecosistema. Pensar en cadenas es pensar en ataduras, en candados, en cierta rigidez, en algo para cerrar. Yo me imagino más bien en un ecosistema, en un sistema formado por un conjunto de organismos vivos que se relacionan en un medio físico. Hay una interdependencia en el ecosistema, necesaria para que todos puedan vivir. Somos un ecosistema donde queremos encontrar a los lectores y ofrecerles libros y aquí hay numerosos temas sobre los que es necesario reflexionar. Pero, sobre todo, somos personas.

Umberto Eco, en su libro póstumo, llamó memoria vegetal a esta relación entre los lectores y los libros. Dijo:

Ante el libro, buscamos a una persona, una manera individual de ver las cosas. No intentamos sólo descifrar sino que intentamos interpretar también un pensamiento, una intención. Al ir a buscar una intención, se interroga un texto, del que puede darse incluso lecturas distintas. La lectura se convierte en un diálogo -y esa es la paradoja del libro- con alguien que no está delante de nosotros.

Y ese diálogo que establecemos con los libros es el que se realiza también entre los diferentes organismos vivos de este ecosistema.

 

LAS EDITORIALES

Quisiera empezar hablando de las editoriales. En especial aquellas que son independientes, que dan voz a escritores emergentes, que no buscan el rendimiento económico por encima de todo. Que apuestan. Que se salen de los caminos trillados. En un artículo titulado Formar lectores ¿responsabilidad de los editores? Daniel Goldin se definía así:

Los editores somos un gremio quejoso. Vivimos en un presente continuo signado por la palabra crisis. Por esto creemos recordar un pasado -si no áureo- al menos más grato, e imaginamos un futuro incierto y peligroso. Todo deriva, decimos, de la singular condición de nuestra labor: a caballo entre la industria y la cultura, producimos libros que son, simultáneamente, bienes públicos y privados, bienes de consumo y de capital.[ 2 ]

Cuando yo empecé en este mundo la palabra “editoriales independientes” no existía. Hoy en día, en España, se pueden contar casi 100 editoriales con pequeños y medianos catálogos dedicados a literatura infantil. En toda América Latina el número de catálogos ha crecido igualmente. Son editoriales que mantienen vivo en el tiempo su catálogo, cuyos libros dialogan entre sí. El conjunto de todas ellas es como el mapa de un tesoro donde vamos encontrando valiosas piezas a medida que lo exploramos.

El editor ama los libros y su oficio. Tiene responsabilidades, con sus autores y con quienes los promocionan. Para este tipo de editores, las ventas no lo son todo. Buscan libros que les conmuevan y sean capaces de emocionar a los lectores. Esos libros otorgan un atractivo increíble a su catálogo porque es coherente. Su trabajo es, muchas veces, invisible, encerrado en su oficina, lidiando con cientos de cosas desde administrativas hasta organizativas. Una editorial es un grupo de amigos. Los amigos son, claro, los libros. Cada editorial presenta su círculo de amistades, los junta a todos para dialogar, para mostrar el fruto de esa simpatía espiritual. El catálogo de una editorial no tiene tanto que ver con la funcionalidad sino con las diferentes maneras de entender la lectura y el saber. Con los libros pasa lo mismo que con las personas: no es lo mismo un autor que otro. Los editores proponen una conversación civilizada. Es justo lo que les permite construir el marco de su catálogo. El editor es responsable de su coherencia, de las amistades que elige, de poner en contacto a autores en común con los lectores que se pueden reconocer en ellos y entrar a formar parte de esa estimulante conversación.

El editor, además, trabaja con un objeto. Un objeto que ha sido cuidadosamente escrito, editado, producido, impreso y distribuido. En su camino hasta nuestras manos han pasado por diseñadores y correctores, creadores que también aman su resultado y lo presentan con amor a sus destinatarios. Cada vez que tengamos un libro en nuestras manos y lo recomendemos, pensemos en toda esta gente que interviene.

Cuando miro los catálogos de estas editoriales independientes veo un oasis. Un lugar que me refresca del mundo comercial, un espacio que me alivia la sed pero también me ofrece belleza. Una zona donde descubro autores, formatos y textos que nunca habría imaginado. Una ocasión para encontrar variedad en el sentido más amplio de la palabra.

Hay muchos libros ahora mismo en todo el mundo pero hay grandes diferencias entre la edición comercial y la independiente. Daniel Pennac, en su libro Como una novela lo resume de manera enfática:

Digamos que existe una ‘literatura industrial’ que se contenta con reproducir hasta la saciedad los mismos tipos de relatos, despacha estereotipos a granel, comercia con buenos sentimientos y sensaciones fuertes, se lanza sobre todos los pretextos ofrecidos por la actualidad para parir una ficción de circunstancias, se entrega a ‘estudios de mercado’ para vender, según la ‘coyuntura’, tal o cual tipo de producto que se supone excita a tal o cual categoría de lectores.

Sin lugar a dudas, malas novelas.

¿Por qué? Porque no dependen de la creación sino de la reproducción de ‘formas’ establecidas, porque son una empresa de simplificación (es decir, de mentira), cuando la novela es arte de la verdad (es decir, de complejidad), porque al apelar a nuestro automatismo adormecen nuestra curiosidad, y, finalmente, y sobre todo, porque el autor no se encuentra en ellas, así como tampoco la realidad que pretende describirnos.

En suma, una literatura del ‘prêt a disfrutar’, hecha en moldes y que querría meternos en un molde».

Las editoriales independientes lo tienen complicado. No cuentan con recursos para grandes promociones, publicidad en medios, o distribuidoras potentes. Quisiera comentar dos experiencias por parte de editoriales ocurridas en España. Una fue la creada por un grupo de editoriales independientes con catálogos pequeños que veían lo difícil que era llegar a sus lectores. Se asociaron y fundaron Contexto de Editores. Se fundó en el año 2008 por las editoriales Libros del Asteroide, Impedimenta, Nórdica, Periférica y Sexto piso con la intención de colaborar en proyectos y actividades que eran entonces difícilmente asumibles por cada una de ellas de manera separada. Juntos han hecho diferentes campañas temáticas con carteles que agrupaban una selección de fondos. También participaron conjuntamente en ferias y realizaron diferentes actividades enfocadas a dar visibilidad a sus libros. En su Manifiesto, hay dos cosas que dicen que son interesantes:

Creemos que una editorial puede ser, a la vez, un espacio de creación, un laboratorio social y una escuela. Y también un emisor del mejor ocio posible, del mejor placer posible.

Contexto es una plataforma de editores que se preguntan a diario, que a diario reflexionan sobre la tarea que acometen, la profesión que han elegido. Ello, creemos, ofrece una garantía: nunca nos conformaremos, o lo que es lo mismo, nunca desistiremos. Pues sabemos también que la edición es resistencia, y que necesita de algo que ha construido en buena medida esta asociación: el entusiasmo que, como dijera el clásico, es siempre el mejor compañero si va aparejado con el rigor.  Ese mismo año, recibieron el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial del Ministerio de Cultura que subrayó “su irrupción innovadora en el panorama editorial desde la iniciativa individual y desde distintos puntos de España. Lo que comparten estas editoriales es la creencia en el libro como objeto único: en su diseño, su legibilidad, su durabilidad.

Otra experiencia interesante con editoriales infantiles fue la creación de la Asociación Álbum que hoy en día agrupa a 23 editoriales independientes. Esta asociación surgió cuando cinco de esas editoriales empezaron a embarcarse en pequeños viajes de promoción -en librerías, bibliotecas y ferias- para juntar esfuerzos logísticos de cara a dar a conocer su fondo. Enseguida invitaron a otros colegas a participar. Una vez tuvieron recursos suficientes, pues cada editorial hace un aporte económico en función de la cantidad de títulos de su catálogo, se embarcaron en lo que consideraban más importante: la formación. Detectaron una necesidad de juntar a especialistas y mediadores y el primer año organizaron unas jornadas alrededor del álbum que implicaban varias sedes (Barcelona, Madrid, Zaragoza, Sevilla, Canarias) atendiendo a todos los asociados que quisieron implicarse. Durante una semana, en muchos lugares de España y de manera simultánea, se hablaba de álbum. Comenzar a realizar actividades de formación atrajo a otros mediadores que propusieron diferentes trabajos: el álbum en entornos hospitalarios por ejemplo, o jornadas de álbum y naturaleza en diferentes zonas rurales de España. Yo misma me animé a proponerles un Club de Lectura por Correspondencia del que ya hemos realizado tres temporadas en el que, durante tres meses leemos seis álbumes que acompaño con una carta semanal. Recién ahora acabamos de comenzar un curso de escritura, Ábrete Álbum, donde ofrecemos clases teóricas a escritores que quieran explorar lo que es escribir un álbum.

Las actividades de esta asociación han sido muy variadas: participar en mesas redondas, congresos, ferias y ser invitados a muchos espacios donde no hubieran tenido cabida de manera individual. También han realizado bibliografías temáticas con fondos de todas las editoriales. Internamente, comparten información valiosa: concursos, ayudas, ferias en las que participar conjuntamente. Pero no quiero romantizar demasiado: en una asociación siempre hay tensiones. Los pequeños se quejan de que los grandes van a otra velocidad, los grandes de que los pequeños no se implican suficiente. De vez en cuando seguro que hay fricciones por la naturaleza de las actividades: a algunos les gustaría que todas fueran más comerciales y menos de formación, sin ver que, en toda formación está implícita la palabra creación de lectores, con el consiguiente beneficio para las editoriales pequeñas.

Asociaciones como estas, no exentas de dificultad, significan mucho para el ecosistema. Para mí, viendo los catálogos de estas editoriales (que van de los 50 títulos a más de 400) diría que hay algo que comparten: la honestidad. El centro de su actividad son los lectores, no nos atosigan con novedades, hay un minucioso proceso editorial que se ve en la calidad de las traducciones, las correcciones, la impresión -que suele ser nacional-. Hay una exigencia en los títulos: no creo que haya uno solo que se haya publicado sin que entusiasme a sus editores. Esto muestra un gran respeto por los lectores: no les hacen perder el tiempo. También hay una gran variedad de títulos, autores, formatos, e incluso alguna excentricidad que es muy bienvenida en un mercado que tiende a lo homogéneo. Yo creo que los editores independientes tienen un lema secreto: para qué vamos a hacer un libro feo si podemos hacerlo bonito.

Las editoriales han visto en los últimos años una gran reducción de espacios donde se hablaba largamente de sus libros: prensa, suplementos literarios y revistas especializadas cada vez dedican menos espacio a los libros a pesar de que la cifra de éstos aumenta considerablemente. Esto significa que dependen de ese ecosistema de prescriptores (bibliotecas, docentes) para ayudarles en su trabajo. Los editores, al igual que todos los que estamos aquí, tienen un trabajo que a veces se engloba en el sector de servicios y a veces en el cultural. La complejidad de lo que tenemos entre manos -sería diferente si estuviéramos en un congreso de zapatos- implica que nuestros actos afectan a la creación de lectores y, por lo tanto, a contribuir a una sociedad más plural, independiente y rica.

LOS DOCENTES

Siempre que pienso en los docentes recuerdo una viñeta cómica de Colm Cuffe. Un profesor llega a la escuela y dice: “¡Hola, chicos!”

“Nunca adivinarán lo que me pasó hoy de camino al trabajo”

Y el niño de la primera fila dice:

“¿Usted trabaja?”

Y la niña de la tercera fila pregunta:

“¿Y dónde trabaja?”

Bromas aparte, ya he contado la importancia de haber tenido maestros y maestras que me desvelaron y acompañaron. Y no solamente a mí. El libro que recoge los diarios del pedagogo peruano Constantino Carvallo Rey y titulado Diario educar. Tribulaciones de un maestro desarmado explica desde dentro lo que es ser un maestro:

En medio del bullicio de los niños, mientras uno los ve correr, jugar, preguntar, quejarse, acusar, pedir, hay algo en el fondo de nuestra alma que no atiende sino a sí mismo: nuestro ser. Es desde ahí que podemos ayudar e inspirar confianza. Esto es lo que capta el niño, que algo firme nos habita, que somos una verdad original y que nos comunicamos conservando esa distancia necesaria para que él también aprenda a encontrar en la soledad su voz y sus respuestas. [ 3 ]

Unas páginas más adelante, cuando defiende la lectura de clásicos en la escuela que fundó, los Reyes Rojos, dice:

Ocurre que estos libros relatan las historias de una manera hermosa. Las palabras se adecúan a las intenciones, del resonar de las frases brota una satisfacción, un deleite en nuestra corteza cerebral, que nos transporta hacia nuevos mundos, nos ennoblece y nos hace crecer espiritualmente.

Aunque nunca llegué a ejercer, he trabajado durante muchos años con docentes. Conozco sus dificultades: el currículum, el día a día, las asociaciones de padres y madres, los exámenes, el resto de los colegas… Yo aparecía para decirles, como estoy haciendo ahora, que la lectura es importante. Pero estoy ya se sabe. Sin embargo ¿de qué lectura estamos hablando? Conozco muy bien esos “planes de lectura” diseñados por grandes grupos -generalmente dedicados a la venta de libros de texto- que llegan empaquetados con regalos -cuando no son un regalo por haber comprado los libros de texto- y con una “fichas” para hacer actividades. Desconozco si aquí ocurre esto, en España es muy habitual. Los libros propuestos dependen absolutamente del criterio de la editorial: bien porque tienen muchas copias en el almacén a las que desean dar salida; bien porque son títulos populares; o, en algunos casos, promocionan autores que posteriormente y como parte de ese “plan” suelen visitar la escuela. Los trabajos de las fichas de lectura van encaminados a que los alumnos detesten leer cualquier libro. El foco está puesto únicamente en la lengua dejando a un lado la literatura. Y digo que se acaba detestando la lectura porque si funcionaran, todos dejaríamos de hablar de la necesidad de la promoción de la lectura, pues todos los niños y niñas se convertirían en grandes lectores.

Pero no es así. Las fichas les proponen lecturas mecanicistas, recuento de hechos o datos, nombres, adjetivos, relación de personajes y cosas así. Un mero control de lectura. Bastante superficial, sin entrar realmente en los contenidos literarios.

En los últimos años, donde parece haber libros para todos, el discurso de la promoción de la lectura ha variado y, en lugar de “leer, no importa qué”, se busca que el corpus de trabajo de los docentes tenga sentido, pues de él dependen el itinerario de aprendizaje literario que se promueva en las aulas y el tipo de hábito lector y de prácticas de lectura que los alumnos habrán construido al salir de ellas. [ 4 ] El corpus de un docente sería su bibloteca interior con la que se encuentra cómodo o cómoda, que conoce bien para poder recomendar y dinamizar. Ese corpus serían libros que les han “tocado emocionalmente” de alguna manera después de leerlos.

Los buenos libros enseñan a leer. En un reciente trabajo de Felipe Munita titulado Yo, mediador(a), resalta que una de las mayores dificultades de los docentes con los libros es “¿Qué voy a hacer yo con este libro?” Y nos recuerda que mediar en la lectura significa acompañar el avance de los alumnos como lectores. Es decir:

Pensar en los complejos mecanismos que hay detrás de un buen texto y en los procedimientos mediante los cuales una obra capta la atención del lector, lo sumerge en un mundo ficcional y lo “pasea” por un amplio abanico de convenciones literarias.

Munita indica que el simple contacto con las obras no es suficiente para garantizar la adquisición de esa “manera de leer”, a la vez participativa y distanciada, que conforma uno de los principales objetivos escolares en el ámbito de la lectura. El encuentro de los lectores con el libro, y el diálogo, como ha recordado muchas veces Michèle Petit, son fundamentales en esta labor. Lo interesante en este acompañamiento de los lectores en la escuela es que los alumnos consigan apropiarse de los libros, conozcan su arquitectura secreta, puedan relacionar unos libros con otros y lleven esta experiencia a su tiempo de ocio y más allá de la escuela.

Cuando yo comencé con esto de la literatura infantil se hablaba mucho de la “animación a la lectura” que consistía, básicamente, en actividades que iban desde cambiar los finales, hacer manualidades a partir de alguna idea del libro, jugar con diferentes aspectos del libro como cambiar el título, concursos de lectura, escenificar el cuento, o inventarse nuevas historias a partir de los personajes. Sin embargo, casi 30 años después, se habla de la formación de lectores en otros términos: queremos lectores que puedan bucear en las obras, desentrañar sus secretos, dialogar alrededor de ellas. Lectores capaces de ver cosas que ya conocemos pero que se piensan de una manera diferente. Las actividades de las que se habla hoy en día son mucho más sencillas, pero necesitan la colaboración activa de los docentes. La clave está en la conversación y el diálogo, en explorar la obra desde dentro de ella y de nosotros mismos. No me voy a extender mucho en esto, pues las obras de Aidan Chambers, –Conversación y Dime– han marcado una nueva manera de considerar la creación de lectores y son dos libros que recomiendo ampliamente.

Los docentes son una pieza clave en este ecosistema que debe ser considerado con la importancia que se merece. Relacionan activamente los ejes libro y lector, y juegan un rol fundamental en eso que la escritora francesa Jacqueline de Romilly llama El tesoro de los saberes olvidados [ 1 ]. En el hermoso libro que lleva este título habla de todo aquello que se aprende y, aparentemente, se olvida cuando, en realidad, nos acompaña toda la vida. “Incluso cuando el recuerdo parece haber desaparecido y haberse borrado por completo, queda mucho más de lo que se cree”, nos dice la autora.

La cultura sería, para ella, lo que queda cuando se ha olvidado todo. Sin embargo, la mente del que olvida no está en la misma situación que la de aquel que nunca aprendió. Romilly nos recuerda la etimología de la palabra cultura. Proviene de cultivar. Y usa una metáfora muy clara para darnos a entender que una tierra plana, sin roturar, es una mente inculta. La semilla que se siembre será dispersada por cualquier inclemencia. El trigo que producirá será escaso y débil. Sin embargo, la tierra roturada, arada en profundos surcos, acogerá a la semilla en su profundidad y la hará germinar.

Los docentes que me fascinan son aquellos que rompen con el molde de lo estrictamente escolar, como aquella maestra que en los años 90 decidió que su clase iba a escribir a su autor favorito: ni más ni menos que Roald Dahl. Sin esperar nada a cambio, cuando este les contestó, la experiencia de esa comunidad lectora fue memorable. Estoy segura de que muchos de aquellos niños, convertidos hoy en adultos, nunca habrán olvidado a aquella docente ni todas las lecturas que les propuso. O aquel otro que llevó a sus niños a una biblioteca y les pidió que, durante dos horas, exploraran los libros para encontrar los que les parecían más raros. Cada alumno encontró el suyo y se los llevaron para leerlos en clase y argumentar sus rarezas.

Pero para esto hay que pensar con antelación un plan lector en el centro. No importa si solo conseguimos tres o cuatro docentes más en participar en un plan alternativo. Las cosas grandes empiezan siendo pequeños y recuerdo a un docente de un instituto de Zaragoza cómo él y varios más decidieron dejar cada día 10 minutos de lectura individual y silenciosa antes de la clase con libros que los alumnos elegían. Según me contaron, la atención de los lectores mejoró, reñían menos en el recreo y, enseguida, otros profesores de diferentes áreas empezaron a hacer esa actividad. En un ciclo de curso, el instituto se había convertido en un espacio lleno de lectores. En Francia se diseñan planes de lectura que son transversales: se llaman Itinerarios de lectura e involucran obras antiguas y modernas, pintura, cine, arte y todo lo que podamos relacionar. Por ejemplo, un itinerario de lectura que se llame “Al otro lado del espejo” nos permitirá un amplio surtido de cultura para poner en relación.

También una visita a la biblioteca con algún propósito que tenga que ver con seleccionar libros, o invitar a un editor a la escuela, son sencillas actividades que pueden significar mucho para los lectores. Pero también los propios docentes pueden dejarse informar en las bibliotecas, mirar los catálogos de editoriales locales y hacer una pequeña inmersión en la comunidad lectora de la zona.

LAS BIBLIOTECAS

En el año 2012, en la dirección de cultura de la Generalitat de Cataluña, se propuso una activida singular para conectar las bibliotecas con los editores. Se llamó proyecto 10×10. Buscando una comunicación directa entre bibliotecas y editoriales, la iniciativa nacía de la voluntad de “dotar de más herramientas para mejorar la selección bibliográfica en las bibliotecas”. Estos encuentros físicos donde 10 editoriales se reunían con 10 bibliotecarios para explicar sus proyectos tienen el valor de conseguir que los responsables de las bibliotecas conozcan la gran variedad de libros que hay en el mercado, pero también es una oportunidad única para que los editores puedan explicar el sentido de sus catálogos y presentarlos a un sector que no siempre está familiarizado con las editoriales de una en una.

Los editores, al menos en España, veían a las bibliotecas como una competencia y no como un aliado estratégico. La verdad es que son complementarias. En las bibliotecas se prescriben y recomiendan libros, muchos de ellos queremos poseer o los compramos para regalar, o nos los pedimos para navidad. Muchos lectores no pisan una librería pero lo hacen con gusto en las bibliotecas donde muchas veces la oferta es mayor y más variada que en una librería, donde se atiende, sobre todo, las novedades y los libros más comerciales.

En los estantes de las bibliotecas conviven best-sellers, libros de culto, clásicos, descatalogados, libros que ya no se encuentran en las librerías más que por encargo, y otros que son de difícil acceso.

Desde hace algunos años se habla mucho de la bibliodiversidad en las bibliotecas. Todo comenzó cuando el colectivo de Editores Independientes de Chile lo usó por primera vez en 1990. Querían hacer hincapié en que “la actual orientación financiera en el mundo de la edición de libros está conduciendo a una pérdida de independencia editorial”.

La bibliodiversidad hace referencia a la diversidad cultural aplicada al mundo del libro.  A través de la bibliodiversidad se busca que los lectores puedan acceder a una variada selección, tanto temática como literaria, de obras. Muchas editoriales, sobre todo pequeñas e independientes, llevan años trabajando en esta diversidad de creación y producción con la que aportan una mirada y una voz distintas, además de preservar y enriquecer la pluralidad y la difusión de las ideas. Esta enorme variedad, que podemos ver en esta y otras ferias, implica una riqueza de miradas, voces, enfoques, géneros, sensibilidades y criterios diferentes de edición. En España es uno de los ejes transversales de las actuales políticas públicas del libro que desarrolla la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura del Ministerio de Cultura y Deporte.

Al cuidar este aspecto, no solo se protege el carácter cultural del libro, su calidad y originalidad, su poder de transformación individual y social, sino también a todos los agentes involucrados.

En el año 2014, después de la Feria de Frankfurt [ 5 ], una asamblea redactó 80 recomendaciones y herramientas a favor de la bibliodiversidad a través de la Alianza Internacional de Editores Independientes, que hoy cuenta con más de 800 asociados.  Creo que algunas de las aquí presentes están a través de la Red de Editoriales Independientes Colombianas (REIC). El documento insiste en la importancia de las bibliotecas y el papel de los bibliotecarios para ponerlo en marcha y en ejecución. En las bibliotecas se puede ofrecer una muestra bien representativa de libros, capaz de responder a un amplio abanico de necesidades y gustos, y que tiene siempre presente que las bibliotecas son de todos y para todos. En ese documento se pone especial interés en las bibliotecas y señalo algunos puntos:

  1. Implementar programas de lectura pública eficaces y duraderos para el desarrollo de la lectura. Estos programas deben involucrar tanto a los establecimientos escolares como a las bibliotecas públicas, y mantenerse a lo largo del tiempo. Las acciones a favor de la lectura pueden tomar la forma de talleres (narradores, clubes de lectura, encuentros con los autores, etc.), o celebraciones de jornadas a favor del libro y la lectura.
  2. Tener en cuenta y reforzar la presencia de catálogos de editores independientes como criterios de adquisición en las bibliotecas. Es fundamental garantizar la presencia de las producciones editoriales locales en las bibliotecas públicas, escolares y universitarias mediante programas de adquisición cuyos criterios sean transparentes para lograr una verdadera representatividad de la producción editorial de cada país.
  3. Garantizar la representatividad lingüística en las bibliotecas. Es preciso que las adquisiciones de los bibliotecarios no se limiten a las obras publicadas en el idioma dominante del país, sino que tengan también en cuenta la edición en idioma local.
  4. Garantizar en las bibliotecas la representatividad de las diversas culturas que coexisten en un país. Incentivar y sostener a las municipalidades para que anualmente las bibliotecas puedan adquirir un número de ejemplares de textos en otros idiomas.
  5. Establecer el acompañamiento, la escucha y las relaciones equitativas como bases de trabajo para cualquier operación de donación o compra. Por este motivo es esencial acompañar a los bibliotecarios durante los procesos de adquisición y organización de animaciones. Con tal acompañamiento, los bibliotecarios llegarían a definir con más precisión las necesidades de sus lectores.
  6. Dinamizar la economía local. Las bibliotecas deberían preocuparse por estimular la economía local. Con ello, se participa en el desarrollo de la misma.

Necesitamos a las editoriales independientes, que sus catálogos circulen por nuestras bibliotecas y escuelas, que podamos conocer a autores y creadores que viven cerca y, sobre todo, romper dinámicas rutinarias en favor de libros editados con más criterios que los comerciales. Yo sé que no es fácil. Los bibliotecarios tienen muchas tareas administrativas que, junto a la atención a los usuarios puede desbordar el trabajo, pero este encuentro con otros profesionales permite un diálogo con el entorno, buscar aliados, establecer vínculos emocionales, económicos y conceptuales para crear redes. En las bibliotecas, no sólo se ofrecen recursos sino que hay procesos de intercambio; no sólo se da acceso al conocimiento sino que también es un laboratorio de experimentación: integra al usuario para que este se sienta parte del entorno de la biblioteca, no únicamente como consumidor sino como productor, prescriptor y dinamizador del mismo.

La figura del bibliotecario resulta imprescindible en este escenario: es un dinamizador cuya importancia no es el catálogo sino la comunidad- ¿Cómo hacerlos participar? ¿De qué manera? ¿Con qué estrategias?  Los bibliotecarios no son especialistas, son vínculos, facilitadores, curadores de contenido que vinculan a la comunidad con los profesionales de otros ámbitos. Ahora que se habla tanto de las nuevas tecnologías las bibliotecas pueden tener la tentación de convertirse en un FabLab, en un Marketspace, o un co-working, pero son, ante todo, bibliotecas. No existe un modelo único y cada una atiende a la realidad más cercana. Y, a pesar de que el mundo digital parece arrastranos, en las bibliotecas los libros siguen teniendo el protagonismo. En una época en que las bibliotecas tienden a ser grandes espacios transversales y multimedia, las preguntas, el trayecto hacia el conocimiento, nos sigue llevando a los textos.

En las bibliotecas podemos dar cabida a docentes que buscan recomendaciones, o a editores interesados en conocer otros libros. En las bibliotecas hay estadísticas, se conoce la experiencia de los usuarios, qué libros demandan, qué áreas, saben qué libros son más populares, los horarios más favorables, qué perfil tienen.  ¿Por qué no compartir todo esto? Una biblioteca no es solo un edificio con libros, y la gente va a las bibliotecas a por algo más que libros. En el Manifiesto por la lectura de la escritora española Irene Vallejo, autora de un raro best seller titulado El infinito en un junco, ella habla de las caligrafías del cuidado y dice:

A veces encontrarmos en una página, prodigiosamente transparentes, ideas y sentimientos que en nosotros eran confusos, y así el oficio de vivir nos resulta menos caótico.

Las bibliotecas tienen una función cultural que no siempre se revela en lo encontrado. La biblioteca es un lugar donde podemos ejercer el derecho al autodidactismo, donde podemos sorprendernos, leer libros que nunca hubiéramos imaginado y hacer una conexión personal con nuestros intereses. No se trata solo de prestar libros y de estadísticas, también tienen la responsabilidad de transmitir el valor y la utilidad de la lectura. En este sentido, es un lugar con una función educativa: complementa la escuela apoyándola en sus demandas educativas, pero también por esa formación permanente, que dura toda la vida, y se llama educación social. Es un lugar de libertad que puede complementar la educación obligatoria y va más allá de estos años de formación formal.  Por último, tiene igualmente una función política: la institución alberga a ciudadanos para ayudarles en su integración en el mundo. La biblioteca tiene que dejar de verse como un apéndice de la vida escolar, debe configurar su propio plan de trabajo estableciendo alianzas en lugar de un sinfín de actividades que muchas veces se llevan a cabo sin orden ni concierto, en las que es difícil ver el horizonte que nos permitirá también incidir en la creación de lectores “de verdad”.

Creo, para finalizar, que he mostrado la complejidad de estas tres instituciones: los editores no solamente editan. Los docentes no solo enseñan. Los bibliotecarios no solo prestan. Todos, construyen lectores. Tenemos un objetivo común. Nuestro ecosistema nos permite compartir vivencias, creencias, conocimiento, aprendizajes, intervenir en el entorno social, posibilita relacionarse con políticas públicas, y con los usuarios finales. Somos, como diría Goethe, afinidades electivas.

En 1931, en España, el poeta Federico García Lorca inauguró una pequeña biblioteca en su pueblo natal, Fuente Vaqueros. Y dijo:

¡No sabéis qué alegría tan grande me produce el poder inaugurar la biblioteca pública de Fuente Vaqueros! Una biblioteca que es una reunión de libros agrupados y seleccionados, que es una voz contra la ignorancia; una luz perenne contra la oscuridad.

Muchas veces un pueblo duerme como el agua de un estanque un día sin viento, y un libro o unos libros pueden estremecerlo e inquietarlo y ensañarle nuevos horizontes de superación y concordia.

Sigamos iluminando, estremeciendo e inquietando. Vale la pena.

Muchas gracias.

Ana Garralón

Medellín junio 2022


[ 1 ] Jacqueline de Romilly: El tesoro de los saberes olvidados. Barcelona: Península, 1999

[ 1 ] Tomado de la película Libreros de Nueva York

[ 2 ] Disponible en: https://gredos.usal.es/bitstream/handle/10366/115354/EB10_N096_P36-38.pdf?sequence=1&isAllowed=y

[ 3 ] Constantino Carvallo Rey: Diario Educar. Tribulaciones de un maestro desarmado. Lima: Debolsillo, 2018

[ 4 ] Felipe Munita: Yo, mediador(a). Mediación y formación de lectores. Barcelona: Octaedro, 2021

[ 5 ] https://www.alliance-editeurs.org/IMG/pdf/80_recomendaciones_y_herramientas_a_favor_de_la_bibliodiversidad.pdf

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