Teatro siempre

Teatro siglo XIX. Compañías nacionales y viajeras
Autora: Marina Lamus Obregón
Serie: Páginas de Teatro Colombiano (Calas Históricas)

Igual que la primera edición, la obra está presentada en dos partes: la primera, dedicada al teatro recitado, como se decía en el pasado, y la segunda, al teatro musical (zarzuela y ópera). La mayor parte de la información aquí consignada es producto de una minuciosa búsqueda hecha por la autora en reseñas y columnas periodísticas de la prensa colombiana del siglo XIX.

Ficha técnica
Encuadernación tapa rústica, 17.5 x 22 cm, 536 pp., $70.000.

Crítica de libros
Revista Arcadia #66
Teatro siempre
Fabio Rubiano reseña Teatro siglo XIX. Compañías nacionales y viajeras, de Marina Lamus Obregón.

Si alguien tiene memoria de lo que eran las primeras ediciones de La vuelta a Colombia en bicicleta, recordará las fotos de unos ciclistas muy flacos con las bicicletas al hombro cruzando trochas, pedaleando entre charcos, caminos destapados o accidentados al lado del camino. Hablo de 1951, cuando en el país había algunas carreteras, carros, camiones, luz eléctrica y transmisión por radio.

Ahora imagínense eso cien años antes, en plena mitad del siglo XIX, pero no con ciclistas, sino con una compañía teatral de gira por Cúcuta, Bucaramanga, Soto, Socorro, Honda, Zipaquirá, Bogotá e intermedias, cargando no una bicicleta, sino escenografía, vestuario, utilería, actores, actrices y niños; sin carros, sin camiones, sin luz eléctrica y, obviamente, sin radio.

Sí, eso existió, los grupos de teatro han existido siempre en Colombia, y siempre los ha movido las ganas de hacer teatro.

Marina Lamus Obregón, una de las investigadoras más constantes del teatro colombiano y latinoamericano, presentó hace unos meses Teatro siglo XIX. Compañías nacionales y viajeras, un hermoso libro de Tragaluz Editores. Allí, en más de quinientas páginas nos enteramos de lo que hacían los teatreros nacionales y extranjeros para consolidar y hacer crecer un movimiento que hasta el día de hoy sigue luchando.

El libro comienza así. “Las representaciones concretas de las bellas artes revelan el grado de civilización de un país o su estado de barbarie”. Y más adelante dice: “la Nueva Granada, debía empeñarse en la ‘carrera’ hacía la civilización: no existía armonía ni proporción entre sus ciencias, industrias, artes y literatura, razón por la cual esto debía formar parte de la República. Por tanto, los humanistas, la dirigencia política y las élites intelectuales asumieron la tarea de promocionar los paradigmas de las naciones civilizadas”.

La investigación es exhaustiva y amplia; nos enteramos de cómo existían compañías por todas partes, desde el Tolima con la Compañía Dramática Tolimense, “las tres hijas del director-empresario eran las principales figuras y atracción del conjunto”, hasta Mompox, en la que por la misma época tres sociedades literarias fomentaron el teatro: La Sociedad Dramática de Aficionados,La Sociedad Dramática de Beneficencia y La Sociedad Dramática, que era formada sólo por mujeres.

El tema de las mujeres en el teatro de la época es amplio, se encuentran cientos de reseñas, críticas, loas, dificultades y alabanzas que recibieron las artistas. A pesar de que para la mayoría no era bien visto que las damas se dedicaran a la actuación hubo voces de apoyo: “era preciso restaurar las instituciones, la sociedad y el teatro, desterrar para siempre el ‘ruin vestigio’ de los siglos pasados, reflejados en conceptos vetustos”. En 1851, El Neo-granadino dice: “suerte penosa es la de los actores y actrices en nuestro país, en donde aún subsiste la bárbara preo-cupación española de pensar que se degrada a una persona con dedicarse al teatro”.

Los afanes patrióticos y artísticos siempre han sido políticos; la Compañía Dramática Nacional se creó alrededor de un objetivo común: “crear un teatro patrio que ayudara a romper definitivamente con los lazos coloniales”.

En la lucha por la consolidación de estéticas propias, se cuentan historias de directores, actores, escenógrafos y empresarios. De los dramaturgos también, como el caso del Padre Cera, quien dio de puñetazos al dramaturgo José María Samper para expresar su desacuerdo con las ideas expuestas en el drama Dios corrige no mata.

Teatro siglo XIX. Compañías nacionales y viajeras nos habla de la búsqueda de una identidad, “del afán por cambiar la barbarie de la guerra por las dulces satisfacciones del teatro”, como dijo en 1862 el periódico El Norte. Un siglo importante, sobre todo porque en el XVIII los cómicos no tenían siquiera derecho a ser enterrados en campo santo.

Por: Fabio Rubiano Orjuela

Revista Arcadia #66 (19 de marzo al 28 de abril de 2011).

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