De letras y tipos


Si hay algo que probablemente sea la principal característica de los humanos, es el lenguaje. Éste se desarrolla con un sistema de signos, sonidos, símbolos, ideas y mensajes.
El lenguaje de las letras compuesto de partes mínimas, hasta llegar a conjuntos –a simple vista– sencillos pero complejos en estructura, nos permiten leer, por ejemplo, esta publicación, leer las instrucciones en un empaque, comprender una película cuando es subtitulada o ubicarnos espacialmente en una ciudad.
Los tipos o letras son la manifestación visual del lenguaje. Lo mínimo es un caracter como un punto o una coma; y las letras arman palabras que luego, junto a otras, se unen para formar un mensaje. Cualquier actividad en nuestro día a día requiere un ejercicio de compresión de estos mensajes y también de reinterpretación.
Nuestra primera relación con la letra puede surgir cuando aprendemos de las vocales que la manera de representación surge de formas geométricas sencillas. En el momento que las aprendemos, estamos en ese proceso de reconocimiento formal, y sería muy difícil entender sistemas formales de otro nivel, por ejemplo, la a que estructuralmente es un círculo y una línea, pero que luego asimilamos de otra manera a, que puede ser formalmente más compleja, pero por sus características físicas, en conjunto, puede ser más beneficiosa en un texto y por ende, su compresión.
La forma de la letra (tipografía) nos cambia la experiencia; un aspecto meramente estético puede ser así de significativo. El ejemplo de Karen Cheng es claro: “En la música un cantante o intérprete puede cambiar la experiencia al percibir una composición; en comunicación visual, los tipos son el equivalente a esa voz, el nexo entre emisor-receptor, escritor-lector”.
Si esa “voz”, a oídos del que está atento, no es agradable o no se entiende, inmediatamente sacrificará el mensaje. Pues bien, así pasa con las letras: a menudo vemos letras y letras de todos los estilos, formas y texturas, las vemos grandes y pequeñas, anchas y angostas, y aparentemente todas caben en el mismo canal de comprensión. Pero sucede todo lo contrario. Cada una de esas variaciones formales termina dándole un sentido distinto a cada mensaje, como dice Massimo Vignellien en un documental de Helvetica de Gary Hustwit: no es lo mismo decir Te amo a decir Te amo. Son dos percepciones distintas. Una puede ser leída como algo más tierno, más delicado; la otra, por su parte, como una manifestación efusiva de afecto y sentimientos.
Lo más curioso es que, incluso las personas que no conocen la comunicación visual, el diseño gráfico o incluso la literatura, han desarrollado un criterio sobre esas formas en las letras, cuando se enfrentan al dilema de cuál tipo de letra escoger, por ejemplo para presentar una circular en el edificio donde vivimos, para no parecer impositivos, dar un toque de amabilidad en esa circular y no hacer sentir a la gente regañada, recurren a la desprestigiada fuente Comic Sans en 12 puntos (unidad de medida de la letra), un tamaño grande para que la gente la lea, una letra informal de rasgos irregulares y en apariencia “divertida”, para no atacar visualmente al futuro lector en este caso residente. Digo desprestigiada pues en el medio del diseño y la comunicación es aborrecida por el excesivo uso de personas externas al medio, con la intención de hacer ver las cosas más “bonitas”. El problema no es de la letra o su forma, es de la manera cómo se usa. Volviendo al ejemplo de la circular, ésta podría ir también en Arial o Times New Roman, tipografías conocidas por todos. En Arial el mensaje puede ser más plano o neutral, en cambio con Times New Roman cambia el sentido, algo más serio y sobrio, digamos que en este caso el mensaje va muy en serio y en un tono de llamado de atención.
Como vemos, todo depende de la intención, de lo que queremos decir y cómo lo queremos decir. Es innegable que las formas de las letras tienen consigo una semántica estética que podemos usar a nuestro favor o que puede irse en nuestra contra, pero la letra no funciona por sí sola; depende del mensaje. No existe ningún tipo de letra con la cual podamos hacer que gato parezca un gato, pero sí podemos darle a esa palabra una forma y esa forma depende del contexto, y podemos generar una sensación ligada al sentido que queramos darle. También pienso que cometemos un error cuando únicamente le dejamos la responsabilidad a la forma de la letra. Si una letra en su forma o apariencia es futurista (no hago referencia al movimiento artístico), no por eso va a ser más clara si estamos hablando de ciencia ficción; por el contrario, puede llegar a ser tan redundante en esa intención estética que el sentido se perdería. El sentido y la forma generan una balanza de contenido/contenedor: una bolsa de leche no es más bolsa de leche porque parezca una ubre o una mama; se vuelve más clara si a nivel visual logramos compresión de que es leche, se bebe y es nutritiva. Así garantizamos el sentido.
El tamaño, el calibre, sus llenos y vacíos, sus rasgos, son los elementos que le dan ese valor estético y funcional a la letra. Como en la música, el ritmo no va en las notas, va en el espacio que hay entre ellas; así sucede con las letras.
En teoría, todos los tipos de letras servirían para todo, pero como dice una colega, cuando algo sirve para todo, no sirve para nada, y es aquí cuando el criterio y el entendimiento por parte del comunicador juegan un papel clave en la asimilación del contenido, la codificación, la interpretación y luego la ejecución de las ideas para que éstas lleguen como deben llegar.
Para recomendar: Diseñar tipografía de Karen Cheng (GG) / Designing Type, Karen Cheng (Yale).
Por José Luis Ortiz González 
Diseñador gráfico 
Docente de la U.P.B.

© MEDIAVUELTA / No. 12 / Octubre de 2009 ∙ Tragaluz editores S. A.
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